domingo, 15 de diciembre de 2013

SELECCIÓN DE TEXTOS PARA PRACTICAR EL COMENTARIO DE TEXTO (2º BACHILLER)

Mítines

Juan Manuel de Prada, Abc, 6 de marzo de 2004





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¿SIRVEN para algo los mítines, salvo para convencer a los que ya están convencidos? ¿Quiénes, si no, pueden asistir a estos cónclaves, aderezados de pronunciamientos maniqueos, banderitas que parecen repescadas de un desfile de majorettes y proclamas cerriles? A lo mejor en sociedades más rudimentarias o efervescentes un mitin aún posea una utilidad persuasiva; a lo mejor en otras épocas en que el político carecía de medios para hacerse visible ante sus partidarios la retórica gruesa del mitin cumplía una función proselitista. Pero en plena democracia mediática, cuando tenemos que desayunarnos y merendarnos (hasta quedar ahítos) con las ocurrencias, dislates y marrullerías de esos señores que se disputan nuestro voto, la finalidad de los mítines resulta más que dudosa. Podría alegarse que el mitin se celebra para encorajinar al seguidor acérrimo, para insuflarle bríos ante los arrechuchos de las encuestas demoscópicas y la pujanza de la facción adversa. También para mantener elevada la moral del propio candidato, que en el baño de multitudes halla una especie de lenitivo a sus desolaciones íntimas y amagos de desfallecimiento. Aunque, en honor a la verdad, el acicate que estas inmersiones populistaspuedan procurarle queda anulado por la extenuación que sin duda le provocarán la repetición machacona de unas mismas consignas y el continuo trasiego.
Así, la apatía soporífera que el candidato Rajoy trasluce en sus intervenciones mitineras podría ser interpretada como una forma suprema de lucidez. Quizá Rajoy no pretenda mantener ese «perfil bajo» que le recomiendan sus asesores; quizá, simplemente, el cultivo de esa distante ironía que siempre ha sido su mejor distintivo le haya convencido de la inutilidad de los mítines, por los que transita desganadamente, como quien ya está de vuelta de todo. Del mismo modo, la efusividad de Zapatero, antes que una muestra de insensato optimismo, quizá sea la desesperada, casi agónica, expresión de un hastío que sólo logra espantar sacudiendo los brazos y poniendo a prueba las hombreras de su chaqueta. Imagino que ambos candidatos tendrán que hacer esfuerzos para no sentirse buhoneros de palabras huecas y no sucumbir al alipori, mientras sus adeptos los jalean y estorban su discurso más o menos charlatán o inepto con aplausos extemporáneos.
Los mítines de esta campaña política se están amenizando, sin embargo, con algunas innovaciones escenográficas. Sin duda, la más resultona es la incorporación de una claque que arropa al candidato y le cubre la espalda. Hasta ahora, al candidato mitinero le servía como telón de fondo un decorado más o menos minimalista o estridente, en el que se combinaban las siglas de la facción convocante, los eslóganes archisabidos, todo ese merchandising cutre típico de las campañas. Pero estas tramoyas han sido sustituidas por un petit comité que escucha en actitud arrobada u orgiástica al candidato, que le ríe las gracias cetrinas, que asiente a sus paridas con una convicción enternecedora, que aplaude con un encono patibulario. Las facciones en liza, en su esfuerzo porque dicha claque no se parezca demasiado al público de señoras jubiladas que se junta en los platós televisivos a cambio de un bocadillo de mortadela y unos segundos de exposición ante la cámara, procuran recolectarla en medios juveniles. Así, se transmite la impresión de que el candidato goza de simpatías entre los mozalbetes, que son «la savia que renueva la democracia». Pero, indefectiblemente, los jóvenes de la claque son casi siempre un poco talluditos, con un aspecto de repetidores recalcitrantes que tira p´atrás, como si hubiesen hecho un casting entre los miembros más veteranos de una tuna universitaria, a los que previamente han disfrazado de paisano. El efecto logrado añade patetismo a la farsa.


Defectillos

Isabel Vicente, Información, 6-3-2011





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Leía el otro día un reportaje en el que se recogían las conclusiones de una encuesta realizada a adolescentes sobre la influencia que sobre ellos pueden causar los roles machistas de las series de televisión. Pues bien, resulta que a las jóvenes les gustan los malos de las pelis, los turbios algo canallas, los atormentados a los que finalmente salva el amor, lo que, llevado a la vida real, se traduce en que te atraiga más el repetidor desgreñado y espatarrado de la última fila que el buen chico y amigo eterno que se sienta a tu lado.
Nada nuevo, como tampoco lo es que muchas niñas sigan pensando que no es malo que el noviete controle cómo te vistes, o se crea con derechos para leer tus mensajes en el móvil considerando que los celos o el control son una prueba de amor. Al fin y al cabo, como todos sabemos, el ser amado es casi perfecto, y si tiene algún defectillo, es corregible y además lo hace interesante.
Pues bien, chicas, va a ser que no. Si algo hemos aprendido en mi generación, es que aquí no cambia nadie. Sólo se empeora. Y en esto no hay excepciones. No pasa nada por enamoraros de un chico feo, pero, tenedlo claro: Con el tiempo, se hará aún más feo, y encima, viejo. Pues bien, esto vale para todo. Asume que esa introspección que te hace verlo como un chico misterioso y taciturno, puede convertirlo en un par de años en un ser aburrido al que no lograrás despegar de la pantalla del ordenador, y ese juerguista y ligón al que crees que apaciguarás cuando lo metas en tu cama, se acabará escapando de farra en cuanto te des la vuelta a no ser que lo aceptes como es o te conviertas en su compañera de parranda. Al tiempo y verás...
Si ahora es antipático con tu familia, en un tiempo dejarán de hablarse. Si en las primeras citas se resiste a acompañarte al cine, da por hecho que jamás lo hará.
Si no es detallista, no te canses insinuándole lo feliz que te haría que te regalara flores por tu cumpleaños porque te las regalará una vez, y al año siguiente te llevarás un berrinche. En fin, que en la vida real, las ranas, por mucho que las beses, siguen siendo ranas, y el que es borde, grosero, vago o egoísta seguirá siéndolo hasta que se muera...
Y por favor, dale puerta ya a ese imbécil que te controla los mensajes del móvil, te grita si te ve con otro chico y te obliga a abrocharte un botón más de la camisa. Con el tiempo, si no lo frenas, se creerá tu dueño y esas «muestras de amor» que ahora hasta te halagan, te pueden acabar llevando a las portadas de los periódicos.
El que es machista, violento y posesivo a los 20 años, acabará, si le dejas, maltratándote a los 30 y maldita la gracia que tiene eso.





Raro, muy raro

Cada vez tengo más claro que estamos viviendo dentro de una novela de ciencia ficción. Imagina un pequeño territorio de ricos rodeado de una vasta franja desolada de mares furiosos y tierras baldías, un espacio letal que hordas de paupérrimos intentan cruzar todos los días para alcanzar la zona de privilegio. Casi todos fracasan y fallecen: ahogados en el mar o muertos de sed en mitad del desierto (como sucedió en el Sáhara la semana pasada: los cadáveres de las madres aparecieron abrazando a sus niños). En cuanto a los pocos que logran llegar hasta las murallas del territorio rico, elevadas defensas de alambre con cuchillas les cortan los dedos, les desgarran las carnes, les mutilan (como las verjas cuajadas de cuchillas de Ceuta y Melilla: se pusieron en tiempos de Zapatero y el escándalo hizo que las quitaran, pero ahora el PP ha vuelto a colocar esta ignominia). Y, mientras la vida va dejando oleadas de cadáveres y un reguero de sangre a los pies del muro, en el interior de la zona elitista la gente sufre problemas tan extraños como el de tener que retirar miles de prótesis mamarias.

No lo digo para burlarme, porque el fraude de las prótesis es un drama: se rompen y causan inflamación de los ganglios linfáticos, infecciones y fuertes dolores. Hay unas 20.000 mujeres afectadas en España, y solo el 5%, las operadas por razones médicas, será atendido por la SS. Las demás lo hicieron por estética, pero ahora muchas no tienen dinero para arreglar el estropicio: también hay pobres en la tierra de los ricos. Y lo peor es que muchos piensan que esas mujeres se lo tienen de algún modo merecido. Yo detesto estas cirugías plásticas, pero creo que es muy hipócrita que una sociedad que tiraniza a las mujeres con un ideal estético imposible las considere culpables de plegarse a la presión. En fin, que este mundo es en verdad raro, muy raro.

Rosa Montero, El País, 5 de noviembre de 2013



Ellas
Rosa Montero
El País, 24 de octubre de 2006
Un amigo me envió hace poco una pequeña noticia que él había encontrado en la página web de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico). Estaba dentro de un documento sobre África y era una menudencia, apenas dos líneas modestísimas. Traducidas del inglés, decían así: "Las mujeres -no los camiones, no los trenes, no los aviones- acarrean dos tercios de todas las mercancías que se transportan en el África rural". Mi amigo se quedó impactado. Y yo también.
Es una información que enciende inmediatamente en mi cabeza una catarata de imágenes: cientos de miles de mujeres, de ancianas y de niñas atravesando en todas las direcciones el continente, paso a paso, cimbreándose bajo pesadas cargas. Y además llevando algún niño atado a las espaldas. Para que luego digan (porque aún se sigue utilizando esa necedad) que somos el sexo débil... Y lo más grandioso es que, biológicamente, es cierto que los hombres poseen, por lo general, más vigor físico que las mujeres. Pero la verdadera fortaleza es otra cosa: está hecha de tenacidad, de aguante, de entrega, de perseverancia. Porque para llegar a China basta con dar un paso detrás de otro y no parar. Estas mujeres fuertes, humildes y asombrosas son la espina vertebral de África. Ellas son quienes sostienen el hogar, quienes cuidan de los niños y los enfermos, quienes gestionan la economía familiar. Todos los expertos en desarrollo, empezando por el gran Muhammad Yunus, el inventor de los microcréditos, flamante premio Nobel de la Paz (¿y por qué no le han dado el de Economía?), saben que las mujeres de los países pobres, y desde luego las africanas, sacan mejor partido a las ayudas económicas, que son más eficaces, más laboriosas y fiables.
Mujeres bueyes, mujeres mulas de carga, resistentes, calladas, austeras y heroicas. Muchas de ellas, millones, con el clítoris mutilado. Míralas ahí, en tu imaginación, pululando por el mapa africano, afanosas como hormigas, cada una con su carga en la cabeza. Qué infinidad de pequeños esfuerzos, cuantísimas fatigas hay que aguantar para llegar a acarrear dos tercios de las mercancías. Son la esperanza del futuro, el motor del mundo.






Vidas hacinadas

Editorial


EL PAÍS, 17 de junio de 2006
Más de la mitad de la población mundial vivirá en el año 2007 por primera vez en la historia en un entorno urbano, según revela un informe sobre las grandes urbes hecho público ayer por la ONU. Si el permanente fenómeno de la urbanización de las sociedades humanas es antiguo, la vertiginosa concentración demográfica en las numerosas megaurbes que han surgido en las últimas décadas en todo el globo y especialmente en el Tercer Mundo supone uno de los mayores desafíos para la humanidad. El informe constata un rotundo y generalizado fracaso en racionalizar y controlar dicho crecimiento y en generar unos mínimos servicios, infraestructuras y condiciones de vida.
Así, las grandes ciudades de los países en desarrollo, que en 2030 alojarán al 80% de la población urbana mundial y entre las que no serán infrecuentes las que superen los 20 millones, han demostrado ser concentraciones en las que las esperanzas de vida son inferiores a las de los individuos con menores ingresos en el entorno rural. Entre los fenómenos más llamativos desarrollados en los últimos años está la fortificación de los barrios de las clases más ricas y favorecidas con lo que el informe califica de una "arquitectura del miedo". Las tensiones y la impermeabilidad sociales, la criminalidad y las drogas, la contaminación, las enfermedades y la falta de servicios han hecho de estas ciudades una inmensa trampa a la que acude un flujo interminable que deja atrás zonas rurales cada vez más despobladas para ver frustradas sus esperanzas de una vida mejor y quedar expuestos al desarraigo y a problemas antes desconocidos.
Los problemas son masivos en las megalópolis de Latinoamérica, África y Asia y serán mayores porque éstas seguirán creciendo. Está claro que si en algún terreno la autorregulación es una quimera es en éste. El informe subraya cómo una serie de urbes con capacidad y estructura administrativa, en países con gobiernos centralizados -o dictaduras-, véase Suráfrica, Túnez o China, afrontan el problema con mayor éxito que otros. El hacinamiento, ya sea en la miseria o en el terror permanente a quienes la sufren, no puede ser fatídico destino del 80% de la humanidad. Son por ello imprescindibles criterios y fondos para salir del fracaso endémico a la hora de combatir las peores plagas de un fenómeno que hoy parece imparable.





Xenofilia

Si la “xenofobia” es el odio o la hostilidad hacia los extranjeros y, más exactamente, el miedo al extraño o el temor al diferente, la “xenofilia” es el respeto a los distintos, el aprecio a los diferentes y la valoración positiva de los otros.
Ordinariamente se la suele valorar desde una perspectiva social, pero, en nuestra opinión, también deberíamos analizarla desde una óptica personal. Estamos convencidos de que esta virtud humana es la vía más directa y la senda inevitable para adentrarnos en nosotros mismos y para, allí, en ese espejo secreto, descubrir las vetas más ricas de nuestra personalidad y las fuentes más fecundas de nuestro bienestar personal. Y es que partimos del supuesto de que las relaciones con los demás constituyen el foco central de una vida verdaderamente humana.
Hemos de tener claro, sin embargo, que para lograr esta relación positiva debemos cultivar, en primer lugar, una sensibilidad especial que nos descubra los valores que atesoran las personas que nos rodean, y, a tal fin, es necesario que realicemos una tarea de aproximación física y de sintonía afectiva: no es posible conocer verdaderamente a los otros sin acercarnos a ellos. Aunque parezca contradictorio, vivimos en el mundo de las comunicaciones y, al mismo tiempo, echamos cada vez más en falta una auténtica comunicación entre las personas. Vamos hacia un mundo de la comunicación total mientras que crece la incomunicación o aquélla se reduce a contactos superficiales.
La recepción cordial al extranjero, la atención al desconocido, la acogida al marginado y a todos los que han sido golpeados por la desgracia sólo son posibles si los incluimos en los territorios de nuestros cotidianos afanes. La acogida de los otros, los que son distintos, no sólo pone en juego la jerarquía de nuestros valores éticos y sociales, sino que, además, mide nuestra capacidad de cordialidad y de solidaridad.
En mi opinión, estos lazos interpersonales nos sirven, sobre todo, para establecer unas relaciones más auténticas y más gratas con nosotros mismos. La Psicología actual nos aporta muchas e interesantes reflexiones sobre esta aparente paradoja: para acercarnos a nosotros mismos y para descubrir el fondo de nuestras entrañas, el único camino es relacionarnos con los demás; siendo sensibles a los otros logramos conocernos y desarrollar nuestros valores más personales. Para bucear en las aguas de nuestro propio torrente y llegar al interior más profundo de nuestro espíritu, es necesario el diálogo y no la enfermiza confrontación o el rechazo sistemático. No podemos vivir sin absorber las bocanadas de aire limpio que nos llegan cuando descubrimos lo bueno y lo malo de los otros, esa conjunción de desventura y de belleza, de fango y de sol interior que hay en otras vidas: las pequeñas luces que hacen guiños en la noche y los pedazos de cielo que se divisan en las miserias, las flores que, inesperadamente, crecen en los ambientes grises y en los recintos cerrados. Por muy convencidos que estemos de lo contrario, la experiencia cotidiana nos demuestra que el bienestar no lo logramos si ignoramos u ocultamos las desgracias ajenas.


José Antonio Hernández, Diario de Cádiz, 12 de marzo de 2006.




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